martes, 20 de noviembre de 2012

Lavarse las manos es de héroes

El post de hoy es para hablaros de un hombre que, aunque bien merece ser reconocido como un héroe, es un desconocido. Se trata del médico y profesor húngaro Semmelweis.


Semmelweis desarrolló su labor más importante en el Hospicio General de Viena. Observó que en el área de maternidad del hospital había un alto índice de mortalidad entre las parturientas debido a la fiebre puerperal, mientras que entre parturientas alojadas en otras alas del edificio esta tasa no era tan alta. Tirando del hilo llegó a la conclusión de que la elevada mortalidad entre las alojadas en el ala de maternidad era debido a que eran atendidas por estudiantes de Medicina que acababan de tener sesiones de medicina forense con cadáveres, mientras que las que daban a luz en otras zonas eran atendidas por matronas. Este hecho le hizo desarrollar su revolucionaria hipótesis, en la que suponía que había una serie de agentes infecciosos (materia putrefacta como él denominó) que podían ser transmitidos desde los cadáveres hasta las madres por medio de vectores.
Tras este descubrimiento decretó la orden de que todo aquel que fuera a atender a una madre, debía lavarse en primer lugar las manos.
No obstante, su teoría no tuvo éxito, hasta el punto que se le llegó a tildar de loco y fue expulsado del hospital.

Después de pasar miserias debidas a su fracaso, fue admitido en la Maternidad de San Roque de Budapest y nombrado profesor de Maternidad de la Universidad de Pest.
Sin embargo, allí se encontró con un fuerte rechazo hacia su teoría, lo que le llevó a redactar la siguiente carta a los ginecólogos:
"Me habría gustado mucho que mi descubrimiento fuese de orden físico, porque se explique la luz como se explique no por eso deja de alumbrar, en nada depende de los físicos. Mi descubrimiento, ¡ay!, depende de los tocólogos. Y con esto ya está todo dicho... ¡Asesinos! Llamo yo a todos los que se oponen a las normas que he prescrito para evitar la fiebre puerperal. Contra ellos, me levanto como resuelto adversario, tal como debe uno alzarse contra los partidarios de un crimen! Para mí, no hay otra forma de tratarles que como asesinos. ¡Y todos los que tengan el corazón en su sitio pensarán como yo! No es necesario cerrar las salas de maternidad para que cesen los desastres que deploramos, sino que conviene echar a los tocólogos, ya que son ellos los que se comportan como auténticas epidemias..."
Termina muriendo años después de septicemia al cortarse él mismo con un bisturí infectado para demostrar su teoría a sus alumnos.

Actualmente es recordado en el Hospicio General de Viena con una pequeña figura sobre un pedestal, bajo el cual una placa reza "el salvador de las madres".

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